Un verano de desamor, paso a paso
Recogiendo las piezas
Cuando empiezas el verano en un estado de desamor, buscas lograr todo por despecho. Al menos así empecé yo. Haber sentido la segunda traición del primer hombre del cual me había enamorado no solo me dolió, si no que me enojó. Sentí una ira que jamás había sentido antes. Sí, ira hacia él, pero más aún hacia mi misma. Me traicioné al olvidar mi valor, al rendir cualquier dignidad que tenía por la simple posibilidad de que un hombre me aceptara. Regresando a Monterrey desde mi universidad en Los Angeles, usaba lentes de sol en el aeropuerto para tapar mis ojos hinchados del llanto que me mantuvo despierta toda la noche. Me recibió mi familia en un estado que solo puedo describir como roto. Esta era la segunda vez que este hombre me rompía, entonces una parte de mi ya sabía como empezar a construirme otra vez.
La venganza en logros
La diferencia de esta segunda ruptura, era el enojo que me propulsaba. Me propuse excederme más de lo que había hecho antes, todo porque quería demostrar que no lo necesitaba a él, y que su poder sobre mi vida era nula. Mi valor propio dejó de ser mio, y empezó a depender de él. Todo lo que hacía ahora era para que él viera lo que perdió, pero en ese proceso me perdí a mi misma. Tenía planeado atender un programa de cuatro semanas en Italia. Un intensivo donde entrenaría mi carrera— teatro musical. Llegué con intenciones de subir todo lo bueno a mis redes sociales para que él viera que no lo necesitaba (aún así cuando él raramente checa las redes). Sin embargo, en un pueblo remoto en las Dolomitas, donde el aire acondicionado era escaso y los mosquitos abundantes, encontré varios obstáculos al tratar de adaptarme. Con tanto cambio de rutina agregado con días pesados de clases y ensayos, mi energía empezó a enfocarse menos en recibir la suya y simplemente sobrevivir.
La distracción
Subconscientemente dejé de enfocarme tanto en demostrarle a él que mi valor seguía estando dentro de mi. De tal manera, empecé simplemente a vivir. Al tomar cada momento de desafío a la vez, el cambio de ambiente me obligó a depender en mi estado emocional, y tratar de buscar lo positivo de cada momento. Mi regadera medía menos de un metro cuadrado y raramente tenía agua caliente, pero me reía con mis amigas al discutir la ridiculez de la situación. Teníamos pocos descansos, pero el trabajo era divertido y gratificante. Estuvimos bailando por horas en un edificio sin aire acondicionado con temperaturas de casi cuarenta grados—pero bailábamos. Estaba haciendo lo que tanto me apasiona, con amigos queridos que había formado. Juntos nos reíamos de las dificultades de nuestra situación, pero también mirábamos en silencio las montañas majestuosas que nos rodeaban. Dentro de tanta distracción, se me olvidó que tenía el corazón roto, como si le hubiera puesto pausa a mi duelo. Fue un mes de vistas incomparables, mucho gelato, amistades de por vida, clases y ensayos pesados, y más risas de las que puedo contar. Dejé el pueblo conocido como Fiera di Primiero con un sabor agridulce en la boca. Parte de mí ansiaba por comer comida Mexicana y dormir en mi propia cama, pero también sabía que al dejar mi vida Italiana, tendría que regresar a la regular y ponerle play al duelo que había dejado en pausa.
Destapar la herida
Regresé a mi casa, a mi recámara tan familiar, pero con eso me acompañó el mismo hoyo que dejé aquí. Memorias que había hecho a un lado empezaron a atormentarme en la noche, lágrimas que pensé que ya había sacado continuaron a fluir. Mi cuerpo estaba tan exhausto de un mes de poco descanso que no encontré la energía para distraerme de los sentimientos que había ignorado. Al hombre que causó mi duelo lo conocí en mi universidad, y no podía dejar de pensar en cómo iba a enfrentar el regreso a clases en Agosto. Con tanto tiempo libre, empecé a llenar ese hoyo con películas y series de amor, tratando de convencerme que aún puedo encontrar ese amor ejemplar con el que crecí viendo a mis padres. Sorprendentemente, sí ayudó. Viendo personajes que, como yo, habían pasado por experiencias similares y terminaron felices me ayudó a reconocer que sigo estando en una etapa temprana de mi adultez. Con apenas veinte años, todavía me esperan muchos amores por vivir.
El camino adelante
Sin embargo, también estoy aprendiendo a reconocer el valor propio que, en algún punto, dejé atrás. Poco a poco lo estoy volviendo a construir, y esto me permite alzar mis estándares en el amor que algún día yo decida aceptar. Estoy formando una versión nueva de mi misma que no define su valor a través del amor ajeno— un proceso que toma tiempo. Sigo sintiendo enojo y duelo, y de repente sacó lágrimas en la noche al extrañar la sensación del enamoramiento. Pero ahora sé que el acto de reconstruirme debe de suceder a través del amor propio y no la venganza. Sé que el duelo del amor es una experiencia que todos han vivido o van a vivir, esta es simplemente mi propia reflexión sobre una lección que aún estoy aprendiendo. Sin embargo, espero que esta introspección resuene en aquellas mujeres que viven por ser amadas y olvidan amarse a sí mismas. Mi aprendizaje hasta ahora es este: nuestro valor es nuestro, y cuando lo recuperamos, somos imparables.