El arte de disfrutar el segundo café
El segundo café nunca es tan bueno como el primero. Al menos, así lo sentía yo. Algo tiene el primer café del día… no sé si es la mezcla del sabor con la calma de la mañana, el silencio del amanecer o los primeros pensamientos que empiezan a despertar. Pero algo tiene.
Algo similar ocurre con las “primeras” veces en la vida: la primera vez que conoces al amor de tu vida, la primera vez que descubres un destino favorito, la primera vez que escuchas tu canción preferida, la primera vez que pruebas un postre o la primera vez que exploras algo nuevo.
Creo que estas primeras veces son tan especiales porque aún no las hemos hecho víctimas de la rutina, ese lugar donde lo extraordinario termina volviéndose ordinario, y aquello que alguna vez te emocionaba se vuelve costumbre. Y creo que todos estaríamos de acuerdo en que las “primeras” son pocas en comparación con los momentos rutinarios.
Entonces, tomando mi segundo café del día y deseando que fuera el primero, me pregunté: ¿cómo mantengo la emoción en la rutina? Y, al pensar en la simple diferencia entre el primer y el segundo café, me di cuenta de que la respuesta era sencilla: el primer café lo anticipaba tanto que estaba consciente de su sabor; no solo lo bebía, lo sentía. A diferencia, el segundo solo lo bebía, como si fuera una parte más del día. Y ese pequeño detalle hacía toda la diferencia: en uno estaba consciente del momento y del sabor; en el otro, mi mente iba a mil, pensando en todo menos en mi café.
Pensando en las “primeras” frente a los momentos rutinarios, me di cuenta de que sucedía lo mismo. Podía replicar exactamente lo que había hecho en la “primera” ocasión; sin embargo, se sentiría diferente; y la diferencia estaba en la conciencia. La primera vez, al ser algo nuevo, estaba atenta a mi acción, con la mente enfocada en el momento presente y nada más. En cambio, en la rutina, el momento transcurría sin atención, mientras mis pensamientos se ocupaban de otras prioridades.
Entre muchas otras cosas, la intencionalidad, la atención y la presencia eran lo que hacía especial al primer café, al igual, descubrí, a aquellas “primeras” veces. Y, por suerte, me di cuenta de que estas tres características podía aplicarlas fácilmente a la rutina: enfrentarla con conciencia y con intención. Así se mantendría la “emoción” de las primeras—que a veces no era tanto una emoción como el simple hecho de estar presente: mente, cuerpo y corazón.
Al descubrir este “hack”, he empezado a aplicarlo a las cosas rutinarias de mi día, encontrando oportunidades para hacer lo cotidiano un poco más especial, dejando el celular a un lado y los pensamientos en pausa para entregarme por completo al momento.
Ahora, mi segundo café no sabe exactamente como el primero, pero me emociona tomarlo, sentirlo y reconocer que, aunque sea el segundo, puedo disfrutarlo igual o incluso más que el primero.