La revolución del Ozempic
Ozempic es un medicamento aprobado originalmente como tratamiento para la diabetes tipo 2, con el objetivo principal de controlar los niveles de azúcar en la sangre. Sin embargo, con el tiempo se descubrió que uno de sus efectos secundarios más notorios era una pérdida de peso significativa. Esto llevó a que muchas personas —incluso sin diabetes— comenzaran a usarlo de manera no oficial como herramienta para adelgazar. Aunque este uso no formaba parte de su indicación original, se ha vuelto cada vez más común, generando intensos debates éticos y médicos sobre su uso, acceso y las implicaciones sociales que conlleva. Algunos lo han llamado “la revolución del Ozempic”.
En el libro “Magic Pill: The Extraordinary Benefits and Disturbing Risks of the New Weight-Loss Drugs” el autor Johann Hari plantea un escenario provocador para explorar los deseos, miedos y presiones sociales en torno al uso de medicamentos como Ozempic, que ayudan a bajar de peso.
“Imagina que puedes tomar una pastilla que te hace delgado sin que tengas que cambiar nada más en tu vida. Pero hay un detalle: tu rostro se vuelve menos atractivo. ¿La tomarías?”
Este escenario intenta exponer las contradicciones y presiones sociales que rodean el uso de medicamentos como Ozempic, revelando que el deseo de bajar de peso muchas veces no se basa únicamente en la salud, sino en la búsqueda de aceptación, belleza y valor social. Al introducir un "costo estético", el documental nos obliga a cuestionar nuestras verdaderas motivaciones: ¿queremos estar delgados por nosotros mismos o por cómo creemos que el mundo nos va a tratar? Así, se exponen los ideales inalcanzables de belleza que nos impone la cultura contemporánea.
Más allá de las implicaciones éticas y médicas —que sin duda merecen su propio análisis— me interesa detenerme en lo que esta “revolución del Ozempic” revela sobre nosotros como sociedad. No se trata de juzgar a quienes lo usan de manera responsable y con razones médicamente justificadas, sino de poner sobre la mesa una inquietud más amplia: el problema no es el uso consciente, sino la obsesión colectiva con los atajos, con los resultados inmediatos, con adelgazar a toda costa.
El mayor red flag, a mi parecer, es que un medicamento para adelgazar se haya convertido en una “revolución”. ¿Qué implica esto? Implica que vivimos en una sociedad que, aunque predica el “body positivity”, se obsesiona con adelgazar a toda costa. Una sociedad que prefiere ser flaca antes que sana. Y que, incluso, está dispuesta a dejar sin acceso a medicamentos a personas con diabetes tipo 2, siempre y cuando el resto pueda bajar de peso. Esto revela una profunda contradicción cultural: por un lado, promovemos discursos de aceptación corporal y body positivity; por el otro, celebramos masivamente cualquier “solución” que prometa hacernos más delgados, aunque sea a costa de la salud de otros. Que un medicamento como Ozempic se haya convertido en una “revolución” indica que el ideal de delgadez sigue siendo un valor dominante (casi sagrado) en nuestra sociedad. No solo evidencia de una obsesión colectiva con adelgazar, sino también una jerarquía en la que ser flaco vale más que estar sano —y donde incluso el bienestar de personas con enfermedades crónicas puede ser “ignorado” por la urgencia estética del resto.
Esta urgencia por adelgazar revela no solo nuestros valores, sino también una tendencia generacional más amplia: la necesidad de obtener todo de forma inmediata. El afán por un medicamento que promete resultados rápidos revela otro problema profundo en nuestra sociedad: lo queremos todo rápido y por el camino fácil. Parece que hemos perdido incluso la noción de lo que significa tener fuerza de voluntad. Nos hemos acostumbrado tanto a la inmediatez, que ya ni a los procesos naturales les tenemos paciencia. Y esto importa, porque cuando normalizamos los atajos como único camino, dejamos de valorar el esfuerzo, el tiempo y el proceso —elementos esenciales no solo para el bienestar físico, sino para cualquier forma de crecimiento personal y colectivo.
Todo esto nos lleva a lo siguiente, ¿qué mensaje estamos enviando a las generaciones más jóvenes, especialmente a las adolescentes que luchan con trastornos alimenticios? Si las figuras admiradas —influencers, celebridades, modelos a seguir— promueven directa o indirectamente la delgadez como ideal, ¿qué implicaciones tiene eso para una niña de 13 años que solo quiere encajar? Con el Ozempic, los estándares corporales se transforman en ideales AÚN MÁS inalcanzables. ¿Qué tan justo es que una adolescente aspire a un cuerpo que, sin intervención médica, simplemente no es real?
Más que una revolución farmacológica, la revolución del Ozempic sirve como un espejo que revela lo que valoramos, lo que tememos y lo que estamos dispuestos a hacer para encajar. Pensemos, antes de caer en tendencias o modas, ¿qué mensaje estoy enviando a los demás… y, más importante aún, qué mensaje me estoy enviando a mí mismo?