El mito de Sísifo y el significado de la vida
Como estudiante de Filosofía enfrentó la pregunta: ¿cuál es el significado de la vida? Clase tras clase, con cada profesor y cada nuevo tema. Habiendo leído textos de Santo Tomás de Aquino, Albert Camus, Susan Wolf, Viktor Frankl y tantos otros, la pregunta persiste, intacta, como si resistiera cualquier intento de respuesta.
En esta reflexión, intentaré aterrizar esta pregunta tan profunda, encontrar nuestro poder en controlar la perspectiva desde la cual interpretamos nuestra existencia, y descubrir cómo, incluso en medio de la incertidumbre, podemos encontrarle sentido a esta aventura…
Hay dos maneras de abordar esta pregunta: sub specie aeternitatis, es decir, desde la perspectiva de la eternidad, y sub specie humanitatis, o desde la perspectiva de la humanidad. La primera adopta una mirada cósmica, externa e intemporal (para quienes creen en Dios esta perspectiva les da paz, para quienes no, a veces tiende a ser más negativa, ya que la existencia humana puede parecer insignificante comparada con el tamaño del universo); la segunda parte de la experiencia humana, reconociendo nuestras emociones, relaciones, valores y finitud (esta le da importancia a lo que significa la vida para los seres humanos—tiende a ser más subjetiva por ende más positiva). En esta reflexión enfrentaré la pregunta central a través de la perspectiva de la humanidad….
Al enfrentarla desde esta perspectiva, es importante reconocer que la experiencia humana es dictada—hasta cierto punto—por nuestras propias mentes. A final de cuentas, es la mente la que otorga significado a los eventos que ocurren. Sin la mente, los acontecimientos serían meros sucesos físicos, sin ningún valor asignado. Es la capacidad de la mente para juzgar, interpretar y evaluar lo que merece significado y relevancia. De cierta manera, entonces, nuestras mentes “asignan” lo que nosotros consideramos el significado de nuestras vidas.
He aquí nuestro poder… No podemos controlarlo todo, pero sí podemos controlar nuestras mentes (hasta en el más duro de los casos)... Para dar claridad a esta idea, recurriré al mito de Sísifo.
El mito de Sísifo, originario de la mitología griega, trata de un hombre condenado por los dioses a empujar eternamente una roca hasta la punta de la montaña. Cada vez que está por llegar a la cima, la roca cae de nuevo hasta abajo, obligándolo a empezar desde cero…
Como Sísifo, nosotros vamos al colegio, luego al trabajo, ganamos dinero para poder vivir en paz... pero siempre hay algo más por hacer, un nuevo problema por resolver. Uno tras otro, los días nacen, crecen y mueren —un ciclo que a veces parece absurdo. Cargamos nuestra “roca” hasta el final de una cima que no existe… Esta repetición infinita y sin propósito es utilizada como símbolo del absurdo y la falta de sentido en la existencia. Sin embargo, aquí es cuando entra el poder de la mente…
Aunque Sísifo empuja eternamente una roca que nunca llegará a la cima, Albert Camus argumenta “Sísifo está feliz”…
Camus explica que, aunque las condiciones externas de la existencia estén "fijadas", las internas siguen siendo nuestras—lo usa como metáfora de la condición humana: aunque la vida pueda parecer absurda, somos libres de darle significado a través de la actitud con la que enfrentamos nuestra realidad.
Hasta cierto punto, entonces, esta pregunta —tan ambigua y profunda— nos empodera al revelarnos que la respuesta está en nosotros: en cómo decidimos enfrentar nuestras vidas, en la actitud con la que elegimos cargar nuestra roca hasta la cima. No existe una respuesta única o definitiva, porque el sentido no se encuentra afuera… lo llevamos dentro.