La paradoja del poder en manos de una mujer
El 2 de junio de 2024, Claudia Sheinbaum Pardo se convirtió en la primera mujer presidente en México, tomando posesión como partidista de Morena. Asimismo, en el Senado de la República y en la Cámara de Diputados se obtuvieron mayorías por Morena, con 67 senadores y 253 diputados. Propuesto por el predecesor de Sheinbaum, el 31 de octubre de 2024 se publicó una reforma constitucional para elegir por voto popular a sus jueces, por el cual la Barra Mexicana de Abogados y Rule of Law Impact Lab emitieron un comunicado advirtiendo que la reforma viola las obligaciones internacionales en México; las elecciones continuaron, y el 1ero de junio del 2025 se llevó a cabo el primer proceso electoral judicial. En sus acordeones, Morena proponía a nueve candidatos para la Suprema Corte de Justicia, los cuales todos fueron electos.
Poco a poco, las piezas se fueron acomodando para Morena; ya tenían el poder en los tres ejes del gobierno y podían ahora empezar a divertirse. Empezaron por desaparecer siete órganos autónomos, entre ellos el INAI, Cofece y Coneval. ¿El argumento? Reducir gastos y evitar duplicidades. ¿La realidad? Concentrar más poder en el ejecutivo. En los últimos meses del 2024, Morena y sus aliados hicieron, en promedio, una reforma a la constitución cada 15 horas en las 40 sesiones del Congreso. Sheinbaum llamó a una de ellas un logro que regresó “el sentido patriótico y social” a la Constitución; Salmorán Villar, investigadora sobre el Estado de Derecho, lo llamó “un ejercicio de poder ilimitado”.
No lo pudo haber dicho el ex-presidente Ernesto Zedillo mejor: “nuestra jóven democracia ha sido asesinada”. Con poder en los tres ejes del Estado, Morena y sus aliados tienen los próximos cinco años para reemplazar una democracia de menos de 30 años con una tiranía, a través de reformas constitucionales que buscan centralizar el poder y erradicar la autonomía y la confianza pública en el sistema judicial, disfrazado de la promesa de una transformación. ¿Quién lo lidera? La primera mujer presidenta. Sheinbaum prometía ser un símbolo de esperanza, ruptura y avance, el fin del crimen organizado y la violencia de género en un país polarizado. Pero ese símbolo se ha ido desdibujando; no por su género, sino por su uso de poder.
Durante su campaña, Sheinbaum prometió continuar el legado de su predecesor y fundador del partido, Andrés Manuel López Obrador, llamando a su presidencia el “segundo piso de la Cuarta Transformación”. Con ello, logró ganarle a su contrincante por 30 puntos porcentuales. AMLO construyó un partido político impulsado por la regeneración nacional, la justicia social y la austeridad republicana. En su lugar, ha debilitado las instituciones, diseñado programas sociales clientelares sin evaluación técnica y llevado a cabo elecciones y consultas con baja participación disfrazadas de democracia participativa. Aun así, las propuestas de AMLO le permitieron a Sheinbaum consolidar el poder de Morena, no solo a través de reformas constitucionales, sino un fanatismo y seguimiento extremo por parte de políticos, aliados y ciudadanos desesperados por erradicar la pobreza que plagia al 36.3% de la población mexicana. Pero su candidatura también reflejaba la esperanza de millones de mujeres, que por primera vez podían mirar hacia la silla presidencial y verse reflejadas. En un país donde la mujer no obtuvo el derecho a votar hasta 1953, la presidencia de Sheinbaum se denotó un “impluso importante para el movimiento feminista” de acuerdo a la Dra. Marcela Meneses Reyes, socióloga e investigadora de la UNAM. Tener una mujer presidenta en México sirve como un símbolo rumbo a la igualdad de género y justicia para todas las mexicanas. Más allá del simbolismo de género, Sheinbaum tuvo el acierto político al no dejarse intimidar por la retórica incendiaria del presidente estadounidense, Donald Trump. Cuando el Departamento del Tesoro de Estados Unidos sancionó a tres instituciones financieras mexicanas por presunto lavado de dinero, Sheinbaum subió el tono, rematando que la relación Estados Unidos “es de igual, no de subordinación –agregó– no somos la piñata de nadie.” Esto, tras varias provocaciones políticas, incluyendo cuando Kristi Noem, secretaría de Seguridad Nacional, acusó a Sheinabum de incitar protestas violentas en Los Ángeles, y Pam Bondi, fiscal general, incluyó a México en la lista de enemigos de Estados Unidos entre Irán, China y Rusia. A esto último, Sheinbaum le respondió a Bondi que “la fiscal general no está muy bien informada.” Sin duda, Sheinbaum muestra que puede actuar con carácter y autonomía en política exterior, y que su gobierno no sólo replica el de AMLO, sino que puede tomar su propio rumbo en temas estratégicos. El liderazgo no depende de género, sino de la capacidad de afrontar a quienes buscan minimizar el país.
Sheinbaum tiene cinco años para formar un legado de igualdad, justicia y una generación de mujeres creyendo que es posible liderar. Pero si no hay límites, ni institucionales ni democráticos, poco importa quién está al mando. La presidencia de Sheinbaum no es una de esperanza, sino de advertencia; que con poder, no hay nadie que detenga una agenda centralizada y populista. Sheinbaum promete no regresar al mandato de 70 años del PRI, reiterando previo a la elección que “no hay nada que se parezca de Morena a aquello”, pero defiende las elecciones judiciales democráticas con solo el 12.4% de participación ciudadana. Azul Aguilar, politóloga experta en procesos de democratización, concuerda, opinando que el escenario que se observó con el PRI, uno de informalidad fundamentada en la ausencia de la oposición, es similar a lo que se observa con Morena, un partido que “controla todas las instituciones del Estado, sin contrapesos, a pesar de las garantías que están escritas.”
El mandato de Sheinbaum, sin duda, es histórico. Pero México necesita una mujer presidenta que honre el poder institucional, no que lo devore. En un sexenio en donde el crimen organizado, la violencia de género y la pobreza son los principales villanos, Sheinbaum decidió comenzar por desmantelar la democracia de este país. Esto no significa que a este país y a sus instituciones no les haga falta mejorar: el nepotismo, corrupción y fraude buscan minimizar la autonomía y eficiencia del gobierno mexicano, y por supuesto que se debe de buscar luchar contra ellos. Pero Sheinbaum no luchó, sinó tomo. Tomó poder de donde pudiera: órganos, poderes y partidos, para así centralizar el gobierno y asegurarse que nadie se interponga en lo que serán cinco años más de cambios radicales en este país.
Referencias:
https://media.datacivica.org/pdf/analisis_propuesta_reforma_constitucional_oca.pdf
https://media.datacivica.org/pdf/analisis_propuesta_reforma_constitucional_oca.pdf
https://www.opinion51.com/sandra-romandia-2501-claudia-poder/
https://www.reforma.com/morena-y-sus-16-reformas-a-la-constitucion/ar2931484