Cuando la vida tiene fecha
Todos sabemos que algún día vamos a morir. Como todo principio tiene su fin, asimismo, todo nacimiento tiene su muerte. Pero, ¿qué cambia cuando, de ser una muerte asegurada, pasa a ser una muerte anunciada?
¿Acaso no todas las muertes, al ser aseguradas, son también anunciadas?
No fue sino hasta este pasado marzo, cuando a mi papá le diagnosticaron cáncer y le dieron un tiempo estimado, que entendí que no. El tener una muerte asegurada no es lo mismo que tener una muerte anunciada. La asegurada, como todo en la vida que consideramos “seguro”, se diluye en el fondo: es un pensamiento incómodo que nos visita de vez en cuando y al que apenas damos espacio. La anunciada, en cambio, se instala como una amenaza constante. Su presencia es inminente pero imprecisa; puede llegar en cualquier momento. Y sí, se podría argumentar que la muerte siempre llega en ‘cualquier momento’, pero es distinto cuando ese ‘momento’ tiene fecha.
Una muerte anunciada es difícil, tanto para quien la espera como para quienes la esperan con él. Pues ¿cómo enfrentas algo que no ha llegado y ni siquiera sabes cuándo llegará? ¿Cómo decides qué sentir al respecto? He aprendido que requiere un equilibrio delicado: ver la muerte como una visitante itinerante, pero recordar que (aunque se acerque) hasta que realmente llegue, hay vida…
Como en un sube y baja, cada día me obliga a balancear dos sentimientos: la gratitud por el tiempo que queda y la inquietud por lo que viene. A veces agradezco la muerte anunciada, porque me ha dado el “wake-up-call” necesario para valorar cada momento con mi papá. Y otras veces me enojo, con esa muerte que amenaza y proyecta sombras a donde quiera que vaya.
Pero, con el paso de estos meses, he entendido que así se vive con una muerte anunciada: me reta a no ignorarla, pero tampoco a vivir atada a su llegada.
Este ‘anuncio’ que llegó a nuestra familia el pasado marzo he decidido afrontarlo como lo que es: un recordatorio de algo asegurado en la vida. No me adelantaré; viviré en el presente. Porque, hasta que esta visita toque la puerta, no ha llegado. Hay vida. Disfrutaré cada momento con mi papá como si fuera el último, pero, sobre todo, como si fuera eterno. Y cuando llegue aquello que hoy tanto amenaza, lo recibiré en paz, con calma y llena de amor, porque habré vivido como se debe. Así me ha enseñado mi papá que se enfrenta la vida.