Entre rejas y versos: Voces desde el interior
Desde hace algunas semanas visito el Penal Varonil de Apodaca 2 para impartir un curso de escritura creativa. Oficialmente se le llama “Centro de Reinserción Social”, lo cual, según Google, es un establecimiento cuyo objetivo principal es facilitar la reincorporación de las personas liberadas a la sociedad mediante programas de apoyo, capacitación y atención integral.
No sé si todos los penales del país cumplen con ese propósito. Lo que sí sé es que Apodaca 2, al menos durante el tiempo que he estado ahí, sí lo intenta.
Desde el primer día me sorprendió la organización del lugar: para entrar, además de mostrar tu INE, pasas por una serie de filtros y registros. Algo que me llamó la atención es que todos los oficiales en la entrada son mujeres. Cada ciertos metros o al cruzar una nueva puerta (de las muchas que hay en este laberinto de concreto) debes anotar tu nombre, hora, destino y procedencia. Yo entro con la organización Promoción de Paz, que trabaja con poblaciones vulnerables para promover los valores de los derechos humanos: respeto, libertad, justicia, igualdad y solidaridad.
Después de atravesar ese camino, se llega al área educativa, donde hay una biblioteca y salones de clases notablemente limpios y cuidados. Desde el primer día me impactó el orden y el estado de estos espacios: están en mejores condiciones que muchos salones de escuelas públicas. Incluso el baño al que entré estaba pulcro. No se ve vandalismo ni descuido… algo que tristemente sí se observa con frecuencia en muchos espacios públicos, desde centros comerciales y parques, hasta instituciones educativas.
En mi primera sesión me encontré con once personas privadas de su libertad (PPLs), y dos sesiones después se sumaron cinco más. Todos ellos eligieron estar ahí, y desde el principio me impresionó su disposición para colaborar, aprender y reflexionar. Durante dos horas, salen de su rutina de encierro de 22 horas al día. Dejan de sobrevivir y, por un momento, pueden simplemente vivir.
Para romper el hielo y conocernos mejor, en esa primera sesión les pregunté: “Si fueran un objeto, ¿cuál serían y por qué?” Las respuestas me dejaron sin palabras. Uno dijo que sería un balón de fútbol, porque no fue un buen papá y así podría volver a jugar con sus hijos. Otro dijo que sería un libro, para sacar de dudas a quien sea. Uno eligió ser pluma, para que todo lo que escribiera se quedara por siempre. Otro, un espejo, para ayudar a los demás a verse. Y uno más: un avión, para conocer el mundo.
A la hora de compartir lo que escribían en los ejercicios, pensé que iba a ser complicado. Supuse que habría silencio o resistencia, que no querrían ser vulnerables. Pero me demostraron lo contrario: todos querían compartir y escucharse. No por obligación, sino por un genuino deseo de ser vistos.
A lo largo de estas semanas he recibido detalles hechos por ellos: flores de papel, cartitas, una escultura de un perro hecha con cientos de pedacitos de papel. Y sobre todo, mucho agradecimiento.
El contraste con otros entornos educativos más privilegiados es inevitable. A veces, donde hay más recursos, también se desaprovechan más las oportunidades. En cambio, en este penal, los PPLs exprimen cada minuto del aprendizaje con una gratitud y una disposición que conmueven.
Hay muchos prejuicios sobre la cárcel. Se piensa que al entrar corres peligro. Que todos los internos son violentos o irrecuperables. Pero basta estar unos minutos con ellos para entender que son personas. No defiendo los delitos que hayan cometido ni los justifico, pero sí creo que es importante ir más allá de la condena y preguntarnos: ¿qué llevó a alguien hasta ahí?
Muchas veces, la raíz está en la desigualdad. En un país que ha fallado sistemáticamente a las comunidades más vulnerables. Si un niño crece sin educación, sin oportunidades, sin un hogar digno, ¿cómo no va a aceptar el primer sueldo que le ofrezca el narco?
Lo más sorprendente es que muchos de ellos no leían ni escribían antes de estar ahí. No tenían interés en el arte. Pero la cárcel, y el tiempo, se ha convertido en su escuela. Hoy leen textos complejos, pintan obras con detalle, escriben cuentos y poesía, crean esculturas. Tienen una disposición genuina por aprender. Y sobre todo, por reflexionar.
Durante las sesiones nunca me he sentido insegura. Al contrario: me siento en un salón de clases con alumnos atentos, respetuosos y colaborativos. Son mucho más que PPL’s, son personas con ideas, preguntas, creatividad y deseo genuino de aprender y transformarse. Quizás todos, en algún momento de la vida, necesitaríamos estar alejados del ruido, de las pantallas y de las comodidades para aprender a vernos a nosotros mismos, y a crear algo con sentido.
Quizá así, escribiríamos más desde el corazón.