El caos de hoy, la cuidad de mañana

A las tres de la tarde, cuando salgo de clases de la universidad, me subo al carro y agarró Av. Constitución para llegar a mi casa. Este recorrido, en los últimos meses, ha estado plagiado por choques, horas de tráfico e interminables filas de carros. ¿Por qué? Por qué a lado de Constitución se construyen las líneas 4  y 6 del metro de Monterrey, que buscan conectar municipios clave para reducir tiempos de traslado y saturación vehicular, mejorar la movilidad y urbana y actualizar el transporte público. Estas obras son una apuesta ambiciosa por un futuro mejor, pero a veces parecen olvidarse del presente que vivimos quienes padecemos su ejecución. 

En junio de 2025, la Secretaría de Movilidad y Planeación Urbana reportó un avance del 43.04%, en un proyecto que se espera termine a cinco años del inicio de su construcción. Entre otros proyectos está el Acueducto El Cuchillo II, la Nueva Presa Libertad y la Carretera La Gloria-Colombia, los cuales suman a una inversión en obra pública de 105,000 millones de pesos en el sexenio del Gobernador Samuel García, diez veces más que en el sexenio pasado. A través de una colaboración con el sector pública y privada e inversión extranjera, el gobierno actual le ha apostado a mejoras en infraestructura para aumentar empleos; el Acueducto El Cuchillo II y Presa Libertad generaron 3,086 empleos durante su construcción, mientras que se destacaron a 2,374 personas trabajando en ambas líneas del metro, y en septiembre del 2024, se reportó que Nuevo León era el estado con mayor número de empleos formales generados. A papel, los beneficios son innegables: más movilidad, más agua, más empleo, más crecimiento. ¿Quién podría estar en contra de tanto progreso? 

Pero todo lo bueno, también tiene su lado malo. La construcción de las líneas 4 y 6 paradas por meses porque no se lograba concretar el presupuesto de egresos del estado. Incluso hoy, hay tramos abandonados en San Jerónimo y Díaz Ordaz. La eficiencia que se prometió se ha visto opacada por retrasos, molestias cotidianas, y sobre todo, acusaciones graves de corrupción. En 2024, García fue señalado de triangular más de 200 millones de pesos a un proveedor del gobierno (Suministro MYR) a un despacho jurídico del cual es socio, junto con su papá. Pese a que se cerró la investigación, varias fuentes resaltaron que no se estudiaron 100 estados de cuentas ligadas al caso. Por otro lado, se reveló que un proveedor estatal le regaló a Saga Tierras y Bienes Inmuebles, empresa ligada al mandatario y a su papá, un rancho valuado en 800 millones de pesos. Al centro de los  rumores de redes factureras, desviaciones de recursos, blanqueo y triangulación, está el mandatario que lidera un movimiento de transformación, eficiencia y mejora ciudadana, a través de obras públicas enfocadas en infraestructura vial. 

No soy la primera, ni la única, en mostrar descontento con el avance de las obras públicas, especialmente las líneas del metro. En este momento, parece que solo ocasionan horas de tráfico y desorden vial. Tenemos derecho a exigir resultados reales, eficiencia y transparencia. Pero también, como ciudadanos, tenemos la responsabilidad de mirar más allá del caos temporal. Criticar no debe ser sinónimo de sabotear el avance, pero tampoco podemos aplaudir sin cuestionar. Entre la queja constante y el conformismo a ciegas, hay un punto medio: la participación crítica y empática hacia el futuro. 

Nos anclamos en lo que nos incomoda ahorita, sin imaginar las posibilidades que el cambio puede ocasionar: un transporte público más eficiente, menos horas en nuestros vehículos, y en cambio, más tiempo con nuestras familias, en el trabajo, y disfrutando de nuestra ciudad. Lo que hoy molesta es lo que construye el camino a una ciudad más moderna y eficiente. ¿Qué nos toca? Exigir que estos cambios se realicen de forma eficiente, con buen uso de recursos, y que los cambios sean necesarios y con un impacto medible. No basta realizar obras públicas para ocasionar un cambio, la inversión tiene que tener un por que detrás, y con ciudadanos presentes, activos y dispuestos al cambio, nos aseguramos de que esto ocurra. Para un mandatario, apostarle a la inversión pública es como sembrar un árbol, sabiendo que quien disfrute de sus sombra será otro gobierno. Por el momento, solo vemos la tierra removida, ramas torcidas y el polvo, sin imaginar en lo que el árbol se pueda convertir. Para un cambio significativo, no basta con soluciones rápidas y visibles, si no que se requiere de esfuerzo, tiempo, y lo que a muchos nos hace falta: paciencia. Por ello, tenemos que aprovechar y apoyar la inversión que se realiza en nuestras ciudades, viendo más allá de lo incómodo, y pensando cómo esto beneficia a mi amigo, compañero, o incluso a uno mismo. Esto no quiere decir que nos debamos quedar con las manos cruzadas. Por el contrario, sabiendo el impacto que una obra puede ocasionar en nuestra calidad de vida, debemos querer que estas obras se realicen de forma eficiente y con transparencia, porque si vamos a pagar el precio del presente, al menos que valga la pena el futuro que estamos construyendo. 

Referencias:

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