La trampa del bienestar moderno: cuando cuidarte se convierte en negocio

Probablemente tienes puesto un Oura Ring en el dedo con el que estás sosteniendo tu celular en este momento, o tal vez un Whoop, Apple Watch o Garmin en la muñeca, midiendo cada paso, cada latido, cada minuto de sueño. En tu cocina seguro hay una repisa con suplementos bien alineados, bolsas de polvos “mágicos” que te recomendó tu amiga, tés para desintoxicar y un frasco de jugo verde en el refri. Tal vez tengas pegada en la puerta del congelador la dieta de la semana o una lista con tu plan de comidas, para seguirla al pie de la letra y alistar a tu cuerpo para el vestido que usarás en el fin. De seguro tienes puesto tu outfit de ejercicio completamente combinado y nuevo, y al rato tienes una clase de pilates agendada. En la noche probablemente harás tu rutina de skincare de 10 pasos y mañana irás al masaje de drenaje linfático al que atiendes todas las semanas.

Puede que todo esto te haga pensar que estás viviendo una vida saludable… pero, ¿cuánto de esto realmente mejora tu bienestar y cuánto solo te hace sentir que lo estás haciendo? Entre tantas métricas y productos, ¿estamos invirtiendo en nuestra salud… o en la idea de tenerla?

En 2023, la industria global del wellness alcanzó un récord de 6.3 billones de dólares (sí, billones en español, lo que en inglés sería trillions). Y según proyecciones del Global Wellness Institute, llegará a casi 9 billones de dólares en 2028. Para ponerlo en perspectiva: esta industria es mucho más grande que la industria farmacéutica, y dentro de ella existen 11 sectores: bienestar mental, actividad física, alimentación saludable y pérdida de peso, spas, cuidado personal y belleza, aguas termales y minerales, wellness corporativo, turismo de bienestar, bienes raíces orientados al wellness, medicina tradicional y complementaria, y prevención/medicina personalizada.

El sector que más gana de todos es el de cuidado personal y belleza, con un valor de 1.213 billones de dólares. Tal vez no sea sorprendente, pero es imposible ignorar la conexión de la percepción del bienestar con los estándares de belleza, sobre todo para las mujeres.

Si piensas en cómo se ve “una persona sana”, probablemente imagines a alguien delgado, vestido con ropa deportiva de marca, tomando suplementos, agua con limón o vinagre en la mañana, y un smoothie después de una clase en un estudio de ejercicio. Seguramente también tiene una rutina de skincare con múltiples pasos, duerme sus 8 horas sin falta, va al sauna todas las semanas y se hace algún tratamiento corporal o facial mensual.

Pero eso solo parece bienestar. Es una versión aesthetic y curada, inaccesible para la mayoría y no necesariamente representativa de salud real. El bienestar también se encuentra en quienes se mueven con ropa deportiva cómoda y descombinada, que prefieren caminar o correr al aire libre en vez de tomar clases, que preparan platillos sencillos y balanceados en casa, o que hacen su rutina de fuerza en su sala sin necesidad de atender el estudio más trendy del momento. El bienestar también está en quienes descansan, leen, meditan, toman el sol, cocinan en familia, toman una cerveza con amigos o simplemente se dan un momento para sí mismos. Todas estas formas de cuidarse son válidas y contribuyen de manera natural a la salud y al bienestar.

El problema es que muchas veces nos condicionamos a buscar ese bienestar idealizado del primer ejemplo que se nos muestra como el modelo perfecto. Es el “bienestar” que aprendemos de redes y de la publicidad. Y cuando no logramos encajar en esa imagen poco realista, empiezan a aparecer las inseguridades sobre nuestro cuerpo, nuestra fuerza, nuestra piel o pelo, nuestra ropa y apariencia… y es justo en ese punto donde la industria sabe cómo entrar. El “corregir” estas inseguridades se disfraza de autocuidado. La industria ha aprendido a identificar esos vacíos y a convertirlos en oportunidades: un producto, un tratamiento o una rutina que promete “arreglar” lo que creemos que está mal. Desde niñas, muchas empiezan a imitar estas rutinas a través de videos de get ready with me (GRWM), rutinas de skincare, maquillaje o ejercicio- más por comparación que por necesidad real. Mientras más satisfechos estamos con nosotros mismos, menos necesitamos todo eso; y mientras más vacíos sentimos, más fácil es ser clientes para toda la vida.

Un estudio de 1994 mostró que bastaban tres minutos viendo fotos de modelos de revistas para aumentar la ansiedad, la depresión y la insatisfacción corporal. Hoy, pasamos entre 4 y 5 horas al día en el celular, y cerca del 65% de ese tiempo en redes sociales. Es difícil calcular cuántas imágenes vemos por minuto, pero si solo tres minutos podían tener un efecto tan grande, ¿qué efecto tendrá pasar horas expuestos a contenido curado, con cuerpos, vidas y rutinas “perfectas”? Además de las redes, también están las conversaciones que escuchamos a nuestro alrededor: “Fulanita subió de peso, qué mal porque estaba tan bonita” o “No manches, fulanito se metió al gym y tuvo un glow up”. No necesitamos que nadie nos critique directamente; escuchar cómo se juzga a otros nos deja claro qué está “mal” en nosotros y refuerza la idea de que cambiar nuestro cuerpo es igual a mejorar como persona. Así funciona el marketing en bienestar y belleza: primero te hace sentir que algo no está bien contigo, luego te hace creer que eso significa que no te estás cuidando, y finalmente te vende el producto que promete solucionarlo. El ciclo se repite una y otra vez, casi sin que lo notes.

Y todo esto no se queda solo en la belleza o el skincare, se filtra en todas las áreas del wellness. En el estudio de pilates, ves a tu alrededor y observas a todas con su set combinado, y aunque tú también lo tienes y tu cuerpo se mueve igual de bien, no puedes evitar sentir que siempre falta algo: que tus brazos no están lo suficientemente tonificados, que tu termo no es el que está de moda, o que no te peinaste lo suficiente para verte presentable. Revisas tu app de sueño mientras desayunas y un mensaje te recuerda que no alcanzaste tu meta de horas lo cual te causa estrés. Hasta tu rutina de caminata diaria se convierte en una carrera interna contra las métricas y te esfuerzas en completar el anillo de movimiento en el Apple Watch en vez de disfrutar la vista. En cada parte de tu día, la sensación de que nunca es suficiente se cuela, y lo que podría ser autocuidado se vuelve presión.

Y aquí está la verdad: el bienestar no es una lista de productos ni de rutinas estéticas, ni un número en tu app de sueño. No importa cuántos aparatos, suplementos o leggings tengas, si cada paso te genera ansiedad, comparación o culpa, no estás más saludable por eso. La inversión real no está en lo que compras, sino en cómo inviertes tu tiempo, tu energía y tu atención en cuidar de ti misma de manera auténtica.

Eso significa moverte de una manera que tu cuerpo disfruta, no porque tu app diga cuántos pasos debes dar. Comer porque tus alimentos te nutren y te dan placer, no solo porque cumplen un macro o están en tu plan de dieta. Descansar cuando lo necesitas, sin sentir que es tiempo perdido o que “deberías” estar haciendo otra cosa. Tomarte momentos para ti misma y para conectar con otros, aunque a veces implique desvelarte, comer pizza en vez de ensalada, o tener que posponer tu entrenamiento del día siguiente.

El bienestar también significa aceptar que tu cuerpo, tu piel, tu fuerza y tu energía no necesitan ser perfectos ni cumplir estándares externos para ser valiosos. Que cuidarte no debe sentirse como un castigo ni debe de ser algo que demuestras a la sociedad. Que la verdadera salud se mide en cómo te sientes, no en lo que otros ven de ti o en lo que te mide una pantalla.

Así que sí, puedes tener tu Whoop, tu Oura Ring o tu outfit perfecto, pero si te comparas, si te sientes insuficiente, si tu día depende de métricas externas, eso no es salud.

Si alguna vez sentiste que te identificabas, probablemente es hora de soltar la comparación y ver el autocuidado con otros ojos. Porque la salud que realmente cuenta, la que se siente, no viene en empaques ni aplicaciones. No se compra, se construye con cada decisión que tomas porque realmente te nutre.

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