Las bodas de Caná de Lavinia Fontana: pintura y reflexión sobre el primer milagro

He vivido en Los Ángeles durante los últimos tres años, y el Getty Center se ha convertido en uno de mis lugares favoritos en la ciudad. Con una colección de pinturas verdaderamente inagotable, el Getty es un museo en el que el tiempo se disuelve mientras recorres sus salas. Y entre tantas piezas que abarcan tantos periodos y, por ende, tantas eras y estilos artísticos, es muy difícil prestarle toda tu atención a cada pintura. Es por eso que no me senté a reflexionar sobre Las bodas de Caná de Lavinia Fontana hasta hace poco. Pintada en el Renacimiento, entre 1575 y 1580, la pintura es una representación de una escena bíblica que hemos escuchado una y otra vez: el primer milagro registrado, cuando Jesús convirtió el agua en vino. En la pintura, observamos a dos figuras centrales—una femenina y una masculina—cuyas cabezas están rodeadas por aureolas, insinuando que estos personajes principales representan a Jesús y María. Fontana utiliza elementos artísticos como la luz, la composición y símbolos para destacar el milagro en curso y, por lo tanto, provocar reflexiones sobre las jerarquías sociales y las dinámicas de la época. Esencialmente, la pintura es una meditación religiosa y una representación de las interacciones entre el estatus social y la devoción católica durante el siglo dieciséis.

Los personajes y la composición son elementos fundamentales en la obra de Fontana. Inmediatamente, la atención de la audiencia se siente atraída hacia las figuras centrales, cuyas cabezas están rodeadas por aureolas y rayos de luz, identificándolas como Jesús y María. Estas figuras también están situadas en el centro de la mesa y de la composición, rodeadas de invitados conversando entre ellos y varios sirvientes. Hay una sensación de movimiento, pero, sin embargo, ellos permanecen tranquilos y serenos, señalando su divinidad y distinguiéndose del resto de los invitados presentes, recalcando que ellos son las únicas figuras sagradas en la obra. Los sirvientes e invitados que los rodean no están conscientes del milagro que está sucediendo junto a ellos. Muy deliberadamente, Fontana contrapone lo mundano y lo divino al únicamente representar con aureolas a Jesús y María, situándolos en medio de un ambiente inquieto, donde observamos demasiado movimiento y alboroto. Además, la escalera en el fondo de la pintura añade profundidad a la pieza, también atrayendo la atención de la audiencia hacia las figuras del segundo nivel del salón. Estas figuras representan a los sirvientes, vestidos con túnicas y descalzos, y así los separas de los invitados de la boda que visten elegantemente y llevan zapatos. Tampoco son conscientes del milagro que sucede porque su clase social los coloca por debajo de la divinidad de Jesús y María. La escalera también puede interpretarse como una metáfora literal de las jerarquías sociales, especialmente en relación con la divinidad y la religión. Es decir, crea niveles separados—aquellos que están en la mesa y aquellos en la escalera—para simbolizar la diferencia de clases que inevitablemente está presente en el banquete. Todos estos elementos trabajan en conjunto para señalar la ocurrencia del milagro y, al mismo tiempo, colocar a los sirvientes, a los invitados y a lo divino (Jesús y María) en reinos separados de clase y estatus.

Históricamente, hemos asociado los milagros con representaciones de luz que subrayan su carácter divino. En esta obra, Fontana estratégicamente utiliza el elemento de la luz para retratar el milagro e iluminar a las figuras principales. Observamos cómo una luz suave se difunde por toda la pintura, en vez de provenir de una sola fuente de luz más dramática. Esta luz resalta a las figuras centrales, Jesús y María, viajando hacia ellos desde la parte de arriba de la escalera. La misma luz se refleja en el mantel blanco y en los jarrones dorados situados en el primer plano de la pieza. Hay cinco de ellos, que brillan, acompañados de una jarra de piedra en la que se vierte agua. Los jarrones de oro usualmente se interpretaban como símbolos de riqueza, indicando la opulencia del banquete de bodas. Además, se puede argumentar que representan eal milagro en sí: el agua vertida del jarrón de oro a la jarra de piedra podría ser una representación de su transformación en el vino ofrecido posteriormente a Jesús. Esta idea se refuerza con la figura del sirviente que ofrece el vino: él sostiene una copa en una mano y, con la otra, señala los jarrones y la jarra mientras los observa.  Debido a que este detalle alude directamente al milagro divino, Fontana necesitaba utilizar el elemento de la luz para resaltar a los jarrones. Además, el uso del color también resalta las diferentes clases sociales que están presentes en el banquete. Los invitados, al igual que Jesús y María, están vestidos con colores brillantes y lujosos: esmeralda, amarillo-dorado y rojo. Sin embargo, los sirvientes utilizan túnicas casi deslavadas, de tonos pálidos y, por lo tanto, carentes de riqueza. Esta distinción claramente acentúa las connotaciones de riqueza y clase en la obra.

Además de utilizar el color y la luz para demostrar las distinciones de clases sociales, los elementos simbólicos también son esenciales para transmitir el mensaje de la pintura. Fontana colocó a varios objetos estratégicamente para reforzar la composición de la pieza. Uno importante es el mueble, adornado con un mantel blanco y la vajilla, y ubicado en la parte inferior izquierda de la pintura. La forma del mueble es parecida a la de un altar religioso, inspirado en imágenes bíblicas. La luz que se refleja en el mantel blanco es un aspecto que se asocia con una mesa de comunión, reforzando la idea de que observamos una escena bíblica, casi como si fuéramos testigos del milagro en sí. La luz que se refleja en los platos arriba del mueble también indica la divinidad, y vemos a un jarrón de vidrio cuyo asa se parece a una cruz, lo cual también alude a la naturaleza teológica de la pintura. Otro elemento simbólico es la interacción entre Jesús y el sirviente que sostiene la copa de vino. El sirviente simplemente cumple su trabajo, señalando los jarrones y la jarra de oro con una mano y entregándole la copa de vino a Jesús con la otra. Sin embargo, sus acciones mundanas forman parte del primer milagro registrado, vinculando a lo mundano con lo divino y recordando a la audiencia sobre las intersecciones entre el mundo físico y el mundo espiritual o bíblico.

Las bodas de Caná de Lavinia Fontana explora la religión y las jerarquías sociales del siglo dieciséis, apoyándose en el uso de la luz y el color, los personajes y los elementos simbólicos. Estas técnicas, en conjunto, permiten que Fontana represente el milagro en curso y los contextos sociales de la época. Estas elecciones artísticas ayudan a que la artista provoque reflexión por parte de la audiencia, especialmente en torno a los temas de religión, divinidad y estatus social. La pintura es un ejemplo perfecto de cómo una artista puede tomar ciertas decisiones técnicas que todavía afecten el impacto y la relevancia de la obra hoy en día.

Lavinia Fontana, Las bodas de Caná,

1575–1580. Óleo sobre cobre, 47.3 × 36.2 cm. Exhibido en The Getty Center, Los Ángeles.

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