Bitácora de lágrimas
En enero de 2025 me propuse tomar nota de cada lágrima que yo derramara este año. La idea surgió, como casi todas las que tengo, de la curiosidad, el aburrimiento y una necesidad exagerada de encontrar comedia en lo dramático.
Todos vinimos al mundo llorando. El llanto es nuestra primera señal de vida y una muestra de consciencia. Los humanos salimos del vientre echando un grito que se traduce como “estoy aquí, siento y estoy vivo.” Lloro, luego existo.
Con el tiempo, se vuelve menos relevante comprobar nuestra consciencia, pero llorar sigue siendo eso, un ejercicio para sentir y expresarse como un ser vivo y sentimental.
Alguna vez pensé que con la edad lloraría menos, pero en los últimos años he confirmado que no estoy destinada a las pocas lágrimas. He llegado a la conclusión de que cualquier persona que pase más de cien horas conmigo inevitablemente me verá llorar.
Habiendo aceptado esta realidad personal, quise investigar el porqué de mis lágrimas, como si fuera una investigación académica, un estudio científico. Por un lado, quería comprobar si es cierta la percepción que tengo de mi misma, y por otro, descubrir si mis lágrimas provienen únicamente de preocupaciones (en cuyo caso quizás sí tendríamos una situación que atender con menos diversión).
Lloré por primera vez el 17 de enero. Por razones de mi profesión me tocó convivir con una persona recién diagnosticada con una enfermedad terminal. Ese día, a las 6:13 de la tarde, me envió una foto de su nieto: “tres lágrimas aproximadamente”. Lloré el 21 de enero a las 4:05 porque una amiga me envió un mensaje de agradecimiento por una pieza de arte que le vendí: “cinco lágrimas rápidas, de puro sentimiento”. También lloré de risa el 24 de marzo cuando, cenando con una amiga, mordió un tomate cherry con tanta ferocidad que explotó y echó jugo por todos lados. El 16 de abril me salió “lágrima y media” después de ponerle demasiado wasabi a mi handroll. Desde entonces he llorado por videos de TikTok, por un abuelo que apenas recuerdo y por una amiga que anunció su embarazo. He llorado de amor, de miedo, de cansancio y de nostalgia. He llorado de coraje y de risa; de felicidad y de tristeza.
Entre las anotaciones de mi diario aparecen todo tipo de lágrimas: solemnes, absurdas, dramáticas, resignadas. He escrito de lágrimas que se acumularon en mis ojos sin dejarse caer y de otras que hubiera sido imposible detener. No hay patrón fijo, lo único que es cierto es que lloro por estar enteramente, plenamente viva.
Siento intensamente, y vivo de la misma manera. Entiendo que existe cierto estigma alrededor del llanto. Entre las nociones prevalecientes: los hombres no deben llorar; las mujeres lloran demasiado; quienes lloran demasiado son emocionalmente inestables; quienes no lloran son fríos, casi psicópatas. Cuando se trata de llorar, no parece haber una forma correcta de hacerlo. Nadie ha escrito un manual sobre cómo lagrimear (al menos no que yo sepa).
Y yo, a pesar de estar activamente contando cada una de mis lágrimas, no busco justificar mi llanto. No estoy ni orgullosa ni avergonzada de mi facilidad para extraer líquido de mi ojos. Es, de cierta manera, irrelevante. Mi mensaje no es, “hay que sentarnos todos en un círculo, tomarnos de la mano y llorar y llorar hasta tener los ojos rojos e hinchados”. Tampoco voy a decir, “todos deberíamos extinguir 113 lágrimas al año, aproximadamente” o “es mejor llorar en la mañana y liberarse de la emoción antes de comenzar el día.” Mi mensaje ni siquiera es calificar el llanto como algo bueno o malo.
Lo que sí diré es que me parece una bendición sentir. Y para quienes naturalmente no lloran, sí recomendaría vivir cada día con ganas de llorar. Porque tener ganas de llorar significa tener ganas de vivir intensamente. Significa querer percibir un atardecer con toda la magia que ofrecen sus colores. Significa reconocer el duelo como evidencia de que existió un amor profundo. Significa ser una persona empática, agradecida y consciente de las bendiciones de cada día. Al menos así creo que lloro yo, con lágrimas que a veces son drama, a veces comedia, pero siempre, siempre, vida y mucha, mucha emoción.