Sobre el “Outsourcing” de nuestro gusto personal 

Uno de los argumentos en contra de la “era de la opinión” es que no todo aquel que habla tiene dominio sobre el tema que se está tratando. Bajo esta premisa, solo los comentaristas pudieran hablar del fútbol, los cineastas de las películas y los chefs y restauranteros de la industria gastronómica. El discurso, me temo, sería aburrido, redundante, e inaccesible. También creo que, de ser así, caeríamos aún más en la crisis en la que nos encontramos ahorita, que es la pérdida del gusto personal.Además profundizaría la crisis actual: la pérdida del gusto personal. Cuando caes en la trampa de “let the experts do the talking”, estás inconscientemente practicando un tipo de outsourcing, donde la chamba de descubrir qué te gusta a ti se la pasas a alguien más. 

Pongamos el ejemplo de una cita:. Diego invita a María a cenar y al cine. Sin saber a dónde llevarla, recurre al TikTok de Como Comí, donde recomienda un restaurante ideal para primeras citas.  Aunque nunca había escuchado del lugar, ni terminó de ver el video completo, pero confía ciegamente en la recomendación y reserva en caliente. Luego le dice a María que, como él eligió el restaurante, ella puede escoger la película. María (sin leer cualquier sinopsis de las películas que se encuentran en la cartelera) busca la película mejor calificada en Rotten Tomatoes y elige esa. Al arreglarse para la cita, María se pinta con los cosméticos que le recomendó su influencer de confianza, y para elegir su outfit se mete a Pinterest a buscar inspiración.

Entonces, ¿Son Diego y María ellos mismos, o una suma de recomendaciones ajenas?

Yo no juzgo ni a María ni a Diego, pues definitivamente he hecho lo mismo en más de una ocasión. Pero en esta cita donde se suponía que iban a conocerse en realidad lo que conocieron fue a sus algoritmos. ¿Cómo puedes conocer a alguien que aún no se conoce a sí mismo?

Nuestra identidad y nuestro gusto personal, creo, se forman a través de nuestras vivencias y de mucha prueba y error. Hay que probarnos varios outfits que nos queden raros antes de llegar a uno que nos favorezca. A veces tienes que visitar algunos restaurantes malos para encontrar esa joya escondida que tiene todo lo que te gusta. Hay instancias donde la canción que más nos conmueva sea una que nadie ha escuchado, que nadie tiene en su playlist. Es un lujo poder interactuar con cosas que nos provoquen sentimientos. Entonces, ¿por qué hemos aprendido a solo interactuar con aquello que ya le provocó sentimiento a alguien más? ¿Por qué nos hemos vuelto tan flojos para tomar las decisiones que se supone que son emocionantes?

Para mí, la mitad de la diversión de viajar a un país nuevo es caminar para descubrir. Andar sin rumbo y sin expectativas y dejar que nuestra intuición nos guíe: quizás a nuestra siguiente comida deliciosa, quizás a nuestro siguiente amor de verano. Pero solitos nos hemos bloqueado de tener este tipo de experiencias, porque—almenos en el caso de los regios—Hernán Junco ya nos dijo los lugares que a él le parecen imperdibles en la ciudad que visitamos. 

En nombre de dejar opinar “solo a los expertos”, nos estamos perdiendo de encontrar nuestro nicho, lo que a cada quien nos llena de ilusión. No es que las recomendaciones de estos personajes sean malas; el problema es que hemos aprendido a descartar por completo nuestro propio criterio para evitar cualquier tipo de incomodidad. Llegamos a un punto donde ni siquiera sabemos qué nos gusta: solo sabemos lo que nos gusta de las cosas preseleccionadas por alguien más. El libre albedrío es quizás el privilegio más grande del que goza el ser humano, y aun así nos encontramos aferrados a cederlo a terceros. Hoy más que nunca tenemos todo a nuestro alcance para que el gusto sea particular, no genérico. Y es que, al final, la mayoría de los gustos se adquieren a través de la experimentación, no de las recomendaciones.

Este fenómeno no es uno contemporáneo. La búsqueda de la validación ajena es algo que antecede el auge de las redes sociales. En mi casa, cada febrero desde que tengo memoria, mis papás ven todas las películas nominadas al Oscar. Es una tradición algo defectuosa porque mi papá está condenado a quedarse dormido viendo todas las películas que no sean Cinema Paradiso, Whiplash o Back to the Future. Mi mamá pierde la paciencia con las películas lentas (que, seamos honestos, la mayoría de las películas nominadas al Oscar lo son). Sin embargo, por más de 20 años, mis papás insisten en ver estas películas porque la Academia decidió que son las películas que valen la pena ver. Muchas veces caemos en la trampa de creer que hay contenido que tenemos que consumir en nombre de la cultura general o del “buen gusto”. ¡Pero no existe el buen gusto! El buen gusto es un concepto inventado que solo vino a inhibir a las personas de descubrir lo que les apasiona. Mi papá pudiera seguir viendo exclusivamente Back to the Future, y pudiera cada vez analizar aspectos nuevos de la película e inclusive enamorarse más y más de ella. No habría problema. Mi mamá pudiera encontrar una pasión oculta por las películas de acción o de ciencia ficción. No tendríamos que someternos a consumir arte que no nos llama la atención simplemente porque es el “deber ser”. Estas expectativas que nos autocolocamos nos impiden conocer lo que realmente nos llena de ilusión.

Y si no es para encontrar lo que nos ilusiona, ¿a qué vinimos al mundo? ¿Para qué estamos aquí, si no para experimentar hasta encontrar lo que nos llama? ¿Cuál es el punto de vivir en un mundo cuya naturaleza es la incertidumbre, cuando hacemos todo lo posible para evitarla? Cada vez más le perdemos el gusto a la exploración, a la investigación y a la reflexión. Día con día prendemos nuestro modo autopiloto, delegando nuestras emociones y nuestro sentir a personas con quienes muchas veces no tenemos nada en común.

Hoy más que nunca, observar se vuelve primordial. Estar presente, la introspección y la capacidad de sentarte solo con tus pensamientos son oro. El hacernos los cuestionamientos correctos es indispensable. ¿Qué quiero hacer ahorita? ¿Qué me hace sentir lo que estoy presenciando? ¿Qué me falta? ¿Qué me interesa? ¿Acerca de qué quiero saber más?

En esta era donde hemos aprendido a “outsourcear” nuestro gusto personal, hay que adoptar el ser entrón con las experiencias. Probar de todo y negarse a nada. Escribir de nuestros hallazgos, por más superficiales que sean. Y opinar. Nunca hay que dejar de opinar. Opinar, no criticar. Partiendo desde la empatía y la humildad, siempre es bueno opinar. Y así, solo así, lentamente podremos soltar las muletas y caminar por nosotros mismos. Sin rumbo, sin expectativas y entendiendo que en la incertidumbre es donde más aprendemos.

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